Madrugada del 25 al 26 de abril de 1922. La ciudad dormía cuando las campanas de la Catedral comenzaron a doblar enloquecidas para despertar a los vecinos. En un abrir y cerrar de ojos, el edificio más emblemático de la ciudad, entonces epicentro de un buen número de dependencias administrativas y residencia de decenas de familias, se convirtió en pasto de las llamas. La Aduana ardía y el incendio devoraba a gran velocidad la parte superior, las buhardillas, hasta el momento refugio de decenas de trabajadores que prestaban sus servicios en la imponente construcción de finales del siglo XVIII. Los detalles de esta tragedia que se saldó con 28 muertos -entre ellos, familias enteras- han llegado a nuestros días y han sido objeto de numerosos estudios históricos, aunque cien años después quedan muchos misterios en torno a aquel suceso grabado a fuego en nuestra historia.
Cien años del incendio de la Aduana: una tragedia escrita a fuego en el edificio de referencia de la capital
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