Se nos dijo que Grecia era la cuna de nuestra civilización. Pero la mayoría de los grandes hombres helenos tuvieron maestros egipcios o se iniciaron en las Escuelas de Misterios faraónicas. Y allí encontramos ya el claro rastro de descubrimientos astronómicos, matemáticos y trigonométricos atribuidos a los griegos.
Las grandes figuras bíblicas, el cristianismo, la iglesia romana y las creencias gnósticas declaradas heréticas, mucho antes de inspirar todas las corrientes ocultas o la masonería, hunden también sus raíces en una cultura obsesionada por el arte de la resurrección y no por la muerte, como se ha creído. Al igual que el hermetismo, la alquimia, la magia, las catedrales o el Renacimiento.
Antes de que la expedición napoleónica desatara la egiptomanía, el rey Sol se inspiró en el templo de Luxor para trazar el eje histórico de París, cuidadosamente completado por Bonaparte y Mitterrand, tan obsesionado por Egipto como otros muchos estadistas europeos y americanos.
Madrid como ciudad consagrada a Isis, será continuadora de las tradiciones protohistóricas que atribuyen la fundación de España y de Toledo a “Hércules egipcio, hijo de Osiris”, cuyas huellas recorren la costa atlántica y mediterránea. Y aún hoy, los grandes arquetipos egipcios subyacen en toda nuestra cultura y en el inconsciente individual y colectivo, como nos demostrará Enrique de Vicente.
El Egipto faraónico cuna de la Civilización Occidental. Con Enrique de Vicente
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