“La dictadura caerá cuando caiga la dictadura machista” decía un cartel el 8 de Marzo de 2011 en una concentración feminista de El Cairo, un mes después del que las manifestaciones de la plaza Tahrir derrocaran el régimen de Mubarak. La Primavera Árabe estaba en marcha y varios países, desde Marruecos a Bahréin, parecían a punto de entrar en una nueva era de democracia, con una ciudadanía libre. Era un espejismo: se estaban derrocando dictadores, pero no se cambiaban las estructuras de la sociedad en las que la mujer era siempre ciudadana de segunda. Salvo en Túnez, donde los derechos de las mujeres siempre habían sido un fundamento de la política, el debate sobre la igualdad de sexos no tuvo lugar en el mundo árabe. Fueron los propios manifestantes de Tahrir quienes echaron de «su» plaza, el 8 de Marzo, a las mujeres que pedían igualdad.
Esto explica por qué en todas partes los movimientos islamistas usurparan con tanta facilidad la revoclución popular y le dieron una orientación religiosa y patriarcal. Y también explica el apoyo popular a los contragolpes que pusieron fin a la deriva islamista, y con ello a toda la Primavera, como en Egipto: la revolución verdadera nunca se había hecho, las dictaduras siempre habían seguido allí. Hasta en Túnez, donde el fin de la experiencia islamista sí vino de la mano del debate sobre los derechos de las mujeres, ahora parece volver una dictadura. Aunque quizás, mientras se cierran estas puertas, se abre por fin una enorme ventana: la de Irán, donde el clamor de las mujeres por la igualdad parece, ahora sí, una verdadera revolución.