La obra de ingeniería más fabulosa de la ciudad fue posible gracias a Antonio Cánovas del Castillo y a una ley promulgada en 1896. La labor del político malagueño, cuyo nombre tenía que haber bautizado a la avenida, permitió además que los terrenos no se privatizaran y que fueran para el disfrute público. Pero no todo fue tan sencillo como se recogía en los planos. En primer lugar, por las dificultades económicas del proyecto, que comprometió seriamente las arcas municipales; y, de otro lado, por el reto urbanístico fabuloso que supuso la ampliación del Puerto y, a la vez, estabilizar todos los terrenos ganados al mar para convertirlos en uno de los parques europeos con mayor riqueza botánica e histórica.
El Parque de Málaga: el origen de la obra que vino del mar. Con Ana Pérez-Bryan
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