En las últimas décadas parece haberse producido un desplazamiento de las ideas defendidas tradicionalmente por la izquierda: énfasis en los aspectos identitarios, defensa de tradiciones, complacencia con ideas irracionales, crítica del progreso, desconfianza respecto a la ciencia y aliento de los nacionalismos, entre otras. El cambio, en aparente paradoja, ha ido en paralelo con una tendencia a largo plazo: la mayor parte de las reivindicaciones históricas de la izquierda forman parte ya del paisaje moral compartido: hoy nadie critica el Estado del bienestar o del sufragio universal. En España, además, el compromiso de la izquierda con los nacionalismos invita a dudar de su carácter progresista.
Entre otras cosas, ese desplazamiento ha supuesto un emplazamiento para los intelectuales, para su capacidad para mirar con limpieza el mundo.