Existe una nobleza distinta de la de la sangre, la que todos conocemos, y es la de espíritu. Una serie de cualidades personales, de virtudes, al alcance de cualquier árbol genealógico y de cualquier bolsillo. Una aspiración que nos recuerda la posibilidad real de ser los mejores dentro de los muchos que podríamos ser. Noble ideal que se alcanza, entre otros medios, a través de la educación liberal, del conocimiento estrecho de los clásicos, así como del contacto con aquellos bienes, materiales o no, que nos legaron nuestros mayores y que merece la pena conservar.
Enrique García-Máiquez no va detrás de la nobleza para demostrarla, sino que se apoya en ella para proponer un brindis en su honor: la nobleza que no se comparte no se tiene