Un fauno adormilado en el sopor de la tarde, una virgen sacrificada al despertar de la primavera son las imágenes que recrean, con menos de veinte años de diferencia, dos de las obras más icónicas de la historia de la música. Las voces escandalizadas quedaron pronto acalladas por los aplausos que reconocieron cómo abrían una nueva puerta, la de la modernidad. París, el escenario de ambos estrenos, no era entonces un silente espectador, muy al contrario. La ciudad invitaba al atrevimiento, a enfrentar el pasado, a los acercamientos entre las artes. Debussy y Stravinsky aceptaron el desafío, y ya nada volvió a ser igual.
Con ellos llegó el escándalo y la modernidad. El fauno de Debussy y la consagración de Stravinsky
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