El ego es el regente de la mente. El personaje principal que forja la identidad que mostramos al mundo. La idea del “yo soy” que se vertebra en múltiples caras con las que vamos por la vida.
Lo importante es poderlas identificar y establecer una relación sana con todas ellas, para dar espacio a nuestro ser más profundo, aquel que mora en el corazón. Cuando actuamos desde el corazón, entramos en la dimensión que nos conecta con la alegría, aquello que los anglosajones llaman bliss.
Una de las principales enseñanzas de toda formación espiritual es que hay que compartir y dar incondicionalmente desde el corazón. Este es el amor verdadero que trasciende, abre horizontes y cura heridas.
Tal vez no es cuestión de aniquilar al ego como proponen algunas doctrinas como el budismo, pero sí es preciso templar su ocasional tiranía.