El 21 de julio de 1947, Matilde Salvador escribía a su amiga la escritora Carmen Conde: «estaba pensando en preguntarte si te interesaba el teatro, porque a mí me interesa mucho». De esta forma, la compositora valenciana (1918-2007), una de las más destacadas del panorama musical del siglo XX, corroboraba un interés que había comenzado a poner en práctica una década antes. Ya en 1937 había incursionado en el lenguaje de la escena a través de la creación de proyectos balletísticos como la adaptación coreográfica «El romance de la luna luna», poema homónimo de Federico García Lorca. Años después, esta pieza serviría de hipotexto de «Sortilegio de la luna», que estrenaría en 1955 el Ballet Español de Rosario en Granada. Y es que, aunque sus inicios en el mundo del ballet parten de finales de los años treinta, sería la década de los cincuenta la más prolífica en este tipo de producciones. Así, en 1953 vio la luz «El segoviano esquivo», compuesto para el bailarín Antonio Ruiz Soler, poco después «Blancanieves» (1956) y, más tarde, «El ruiseñor y la rosa» (1958). La valenciana dedicó una parte de su trayectoria a la composición balletística tanto en la escritura de las fábulas -para lo que en ocasiones colaboró con la escritora de Cartagena, Carmen Conde, en obras como «Belén» (1948)-, como en la creación de las partituras. Su aportación supone un hito en este ejercicio multidisciplinar que aúnan teatro, danza y música. Matilde Salvador se transforma así en paradigma de la dramaturgia balletística del siglo pasado, en donde le interesaron las tramas amorosas entre el Eros y el Thanatos, con una clara vocación intertextual con la tradición literaria y musical de su tiempo.
Sortilegio de textos y partituras: Matilde Salvador y las dramaturgias para ballet
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